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lunes, 28 de agosto de 2017

bienvenidos al tren

Una nota al pie suele ser una aclaración, suele completar una cita, referenciar un autor, reforzar una idea; puede ser una bifurcación: el autor, el narrador, acota algo, se desvía, se fuga del argumento del texto principal. Una nota al pie es también un cruce y, a la vez, un relato paralelo. Ese es el sentido de “Notas al pie”, la novela gráfica de la cordobesa Nacha Vollenweider (nació en Río Cuarto en 1983 y se licenció en Pintura en la Universidad de Córdoba y reside en Hamburgo, Alemania).
Ignacia “Nacha” Vollenweider, descendiente de suizos que llegaron a Colonia Esperanza, en Santa Fe, recorre de algún modo su historia en esta maravillosa historieta de unas 300 páginas, en blanco y negro, con unos dibujos hermosos en los que ensaya distintos “motivos”: dibuja un paisaje próximos, dibuja fotografías, dibuja portadas de libros y documentos. Mejor aún, acerca con su propia historia la distancia que hay entre su biografía y la Historia. Hablamos de la historia reciente de Argentina, de su pasado de fines del siglo XIX –inmigrantes, conformación del estado nacional, desplazamiento de pueblos indígenas–, de la historia próxima europea (el relato se desarrolla en Argentina y Alemania) con sus movimientos de migrantes y refugiados.


El nombre de la autora –lo cuenta en las primeras páginas del libro– proviene de su tío Ignacio, secuestrado y desaparecido en 1977, el mismo año que dejó de pasar el tren en Río Cuarto. A la narradora, según declara, lo que más le gusta de Alemania son los trenes.


Nota al pie: la novela tiene como centro gravitacional la desaparición del tío Ignacio, lo que hace que la abuela viaje a Buenos Aires y realice las rondas de los jueves junto con las Madres de Plaza de Mayo. El tío Ignacio, “el Corcho”, no sólo da nombre  a la narradora, sino que atraviesa la historia, la cruza y crea una presencia –una mediación: le da rostro a ese inmenso vacío que creó el terrorismo de estado en Argentina– que se mueve entre ese hilo principal del relato y sus notas al pie.
Que por estos días se hable y reclame por un desaparecido en democracia le da al libro un tono inesperado. Como si distorsionara su temporalidad y agregara una nueva capa de lectura que el original no traía. 

Dibujos

“Notas al pie” forma parte de una reciente colección de historietas de la editorial porteña Maten al Mensajero (en mayo pasado la editora promovió la venta anticipada para financiar la publicación del libro) y dirige el rosarino José Sainz. En 2015 Sainz editó para la Editorial Municipal de Rosario “Informe”, un sólido tomo de antología de historietistas inéditos que no superaban los 30 años y muchas veces ni siquiera se consideraban herederos o continuadores de la historieta argentina. Entre otras cosas, lo que Sainz señalaba en el prólogo de la antología es que había un campo en mutación dentro de estos nuevos creadores y, también, una nueva sensibilidad. Vollenweider fue una de las autoras que participó de “Informe”.
Pero si algo no le falta a Nacha Vollenweider es “tradición” (“Lo que no es tradición es plagio (...) copiará fatalmente quien no sepa heredar", decía un célebre autor que mejor no nombrar). Sus dibujos son de algún modo una escritura. La disposición misma de las viñetas, dos, a lo sumo tres por página facilita el recorrido del lector: como si hojeara un álbum familiar de fotos.
Las copas de los árboles sin hojas que recuerdan los trazos netos y oscuros de Alberto Breccia, las sombras y contrastes de los personajes, que recuerdan al dibujante Juan Muñoz; el mismo recorte de los cuadros, como si se tratara de planos de cine: no buscan una belleza fotográfica, son incompletos o, mejor, se completan con el cuadro siguiente.
La narradora nos cuenta un viaje en tren por Alemania y su casamiento con su pareja Carina (Chini) en un registro civil de Hamburgo. Pero ese relato despierta otros que se expanden en notas al pie. Las dos mujeres conversan en los vagones, en la vereda, en andenes, en bares: esa relación se desplegara en el espacio público. Para la intimidad queda la historia, las colecciones de recuerdos de la abuela cuyo primer hijo fue secuestrado y desaparecido (guarda hasta la campera que el tío Ignacio olvidó en la casa familiar la última vez que estuvo allí).
“El dibujo historietístico –señala Pablo Turnes– logra conservar como recurso propio la posibilidad de conmovernos sin arrojarnos al vacío del horror que muchas veces llevan como carga venenosa las imágenes”. En otras palabras: el dibujo reescribe la historia, nos aleja de la imagen fotográfica –hasta las fotos que los personajes miran están “dibujadas”, es decir, separadas del estilo del dibujo de las viñetas; no se trata de fotos copiadas por el dibujante, sino estilizadas–, de la pura representación, de la apropiación de unas imágenes que conocemos de los años del terrorismo de estado o de la actual política de desplazamientos de refugiados que producen las guerras que financian las principales potencias occidentales.
Sólo así este gigantesco viaje en tren que atraviesa las décadas en “Notas al pie” se convierte en una novela: por su transformación de una pequeña historia cualquiera en la interpelación de la Historia y la época en una intimidad que la convoca; una intimidad, no una privacidad, porque el destino de todo este movimiento es lo público (de la familia al viaje, de la pareja a la acción comunitaria, del recuerdo y la añoranza a la acción política).
“La idea de ‘nota al pie’ refuerza los sentidos subterráneos de las historias que recorren el libro. Desde la recuperación y la lucha por una memoria común en Córdoba al presente xenófobo y represivo de Alemania/Europa; recuerdos de calurosos veranos de provincia, acercamientos a ese otro tan temido (el refugiado, el inmigrante, el pobre) y hasta una bizarra negociación por un par de enanos de jardín robados. Vollenweider va hilando como un collar de perlas esas pequeñas gemas, fragmentos robados al tiempo –que siempre de alguna manera se vuelven presente gracias a las imágenes y a la tinta”, la cita también es de Turnes.

Nostalgia

En una de las últimas páginas, la narradora cuenta un encuentro en el pueblo del que marcharon sus abuelos, Obfelden, en Suiza. Allí conoce a una médica y psicóloga, Esther, que ya en su casa de Berna le contó de una enfermedad suiza, la “heimweh”, que puede traducirse por nostalgia.
En el prólogo a “Retromanía”, el libro del británico Simon Reynolds sobre la adicción del pop a su propio pasado –que explica, de una manera tangencial y brillante, el mal de la época–, se explica el origen de esta enfermedad, atribuida a los soldados o mercenarios suizos en el siglo XVIII, quienes partían a hacer la guerra en el extranjero y se sentían devastados por lo ajeno del lugar y el recuerdo de su aldea. La nostalgia, de eso se trataba, terminaba cuando el soldado volvía a su patria, donde hallaba las cosas tal como las había dejado. La nostalgia era un mal geográfico, espacial, que resolvía un viaje de regreso (hasta la invención del telégrafo –señala el pensador francés Paul Virilio– se era ciudadano del terruño). Lo que la modernidad trajo es la temporalización de esa nostalgia: se expandió en el tiempo, ya no hay lugares a los que volver, por eso tampoco hay un relato único en “Notas al pie”, un relato uniforme capaz de contarnos la épica de una familia de inmigrantes argentinos. Hay notas al pie, desvíos, fugas, trenes que ponen en estado de tránsito a sus pasajeros y los llevan al pasado y a los muchos salones del presente.

Acá se puede leer un adelanto.

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