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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

sábado, 18 de marzo de 2017

mentiras del neoliberalismo

Entrevista de Sharmini Peries en Real News Network reproducida en CounterPunch. Cotejada con la traducción de Adrián Sánchez Castillo en SinPermiso. Fragmento final de otra entrevista de Peries en CounterPunch: "El nuevo feudalismo".

Michael Hudson es un distinguido profesor e investigador de Economía de la Universidad de Missouri, en Kansas, Estados Unidos. Es autor de numerosos libros publicados en EEUU y Gran Bretaña, incluidos, The Bubble and Beyond (“La burbuja y más allá”) y Finance Capitalism and Its Discontents (“Capitalismo financiero y sus malestares”), Killing the Host: How Financial Parasites and Debt Destroy the Global Economy (“Matar al huésped: cómo la deuda y los parásitos financieros destruyen la economía global”), y más recientemente, J is for Junk Economics (“La B es de Economía basura”). Según Paul Craig Roberts, del Instituto de Economía Política, “Hudson es el mejor economista del mundo. De hecho, es el único economista en el mundo. Casi todo el resto son los neoliberales, que no son economistas, sino cómplices de los intereses financieros”.
El 1 de marzo pasado la revista californiana CounterPunch.org publicó una entrevista que Sharmini Peries, le hizo a Hudson a propósito de J Is For Junk Economics, cuyo subtítulo es “Una guía para la realidad en épocas de engaño” y trata –según su página de promoción en Amazon– de explicar “cómo funciona de verdad la economía mundial y quiénes son los ganadores y perdedores. El libro incluye más de 400 entradas concisas y mordaces, varios ensayos, y un completo índice de temas.”

—Michael, su libro recuerda algunas de las palabras clave del crítico cultural británico Raymond Williams. La suya fue una contribución increíble a la crítica cultural, una crítica de los estudios sociales y culturales como disciplina. Y pienso que J Is For Junk Economics va a realizar una contribución fenomenal al campo de la economía. Sería una referencia en manos de la gente para volver atrás, especialmente para que los estudiantes regresen y estudien tu versión de la definición de esos términos, para que observen la economía desde una perspectiva crítica. Así que mi primera pregunta es ¿por qué escribiste este libro?
—En principio lo escribí como apéndice a un libro que iba a llamarse, The Fictitious Economy (“La economía ficticia”). Terminé el borrador antes de la crisis de 2008. Mi tesis era que la forma en la que la economía es descrita en la prensa y en los cursos de la Universidad tiene muy poco que ver con cómo funciona realmente la economía. La prensa y las informaciones periodísticas utilizan una terminología hecha de eufemismos bien elaborados para confundir el entendimiento de cómo funciona la economía.
Además de ofrecer palabras clave para explicar qué es positivo y cómo entender la economía, discuto el vocabulario engañoso, el doble pensamiento de George Orwell utilizado por los medios, lobistas financieros y empresariales para persuadir a la gente de que la austeridad y el endeudamiento es la clave del crecimiento, no su antítesis. El motivo es hacerles actuar contra sus propios intereses, dibujando una imagen ficticia de la economía como si fuese un universo paralelo.

Si se puede hacer que la gente use un vocabulario y conceptos que hacen parecer que cuando el 1% se hace más rico, el conjunto de la economía se está enriqueciendo –o que cuando el PBI sube, todo el mundo está mejorando– entonces a la gente, al 95% que no mejoró su posición desde 2008 a 2016, se le puede, de alguna manera, hacer sufrir de síndrome de Estocolmo. Pensarán: “Mierda, debe ser culpa mía. Si el conjunto de la economía está creciendo, ¿por qué yo soy más pobre? La lógica es: con solo dar más dinero al 5% o al 1% más ricos, algo nos caerá. Tenemos que recortar impuestos y ayudarlos para que así me puedan dar un trabajo, porque como Trump y otros dicen: nunca conocí a un pobre que me diera un trabajo.”
Conocí a un montón de gente rica, y en lugar de dar trabajo a quien lo necesita cuando compran una empresa, lo que acostumbran hacer es multiplicar su dinero despidiéndolos, empequeñeciendo y externalizando el trabajo. Así que no vas a conseguir hacer que los ricos necesariamente te den trabajo. Pero si la gente puede de alguna manera pensar que hay una asociación entre la riqueza en la cima y más empleo, y que tienes que recortar los impuestos a los ricos porque acabará filtrándose hacia abajo, entonces tienen una visión del revés de cómo funciona la economía.
Eso era el apéndice que había escrito del libro, y aquello tomó vida propia. Si se tiene un vocabulario que describe cómo funcionan realmente el mundo y la economía, entonces una palabra llevará a otra y pronto se habrá erigido una imagen más realista de la economía. Así que, no solo discuto sobre las palabras y el vocabulario, discuto con algunos de los individuos y economistas clave que han hecho contribuciones que no aparecen en el currículum académico neoliberal. Hay una razón por la que la historia del pensamiento económico ya no se enseña más en las universidades. Si la gente leyera realmente lo que escribió Adam Smith, lo que escribió John Stuart Mill, verían que Smith criticaba a los terratenientes. Decía que había que gravar sus rentas, porque nada es gratis en este mundo. Mill definía la renta como aquello que los terratenientes hacen mientras duermen, sin trabajar. Adam Smith decía que siempre que los hombres de negocios se reúnen, van a conspirar sobre cómo sacar dinero del pueblo en su conjunto –como hacer un acuerdo y engañar a la gente de que todo es por el bien de la sociedad.

Este no es el tipo de libre empresa que la gente que se llena la boca con Adam Smith explica cuando la describen como si fuese un recortador de impuestos, un economista austríaco o un neoliberal. No quieren escuchar lo que realmente escribió. Así que mi libro es sobre la economía de la realidad. Encontré que para discutir economía real, tenemos que tomar de nuevo el control del lenguaje o la metodología económica, no usar la lógica que los neoliberales usan. Los economistas convencionales hablan como si cualquier status quo estuviese en equilibrio. El truco subliminal aquí es que si se piensa en la economía como algo que está siempre en equilibrio, eso implica que si se es pobre o no se puede pagar las deudas, o si se tiene problemas para mandar a los hijos al colegio, eso es simplemente parte de un orden natural. Como si no hubiese una alternativa. Es lo que Margaret Thatcher decía: “No hayalternativa.” Mi libro trata de establecer, por supuesto, que hay una alternativa. Pero para construir una alternativa se necesita una forma alternativa de mirar el mundo. Y para hacer eso, como dijo George Orwell, se necesita un vocabulario diferente.
—Hablar de vocabulario y conceptos económicos eufemísticos convierte en único a este libro. No son solo las palabras, del mismo modo que lo describía Raymond Williams, sino también la teoría y los conceptos lo que estamos abordando. También hablabas sobre los hombres de negocios y cómo usan esas terminologías para confundirnos. Pues aquí tenemos a un hombre de negocios en el cargo, Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, quien está proponiendo todo tipo de reformas económicas supuestamente en nuestro favor, en términos de trabajadores. Y como se sabes, plantea grandes proyectos de infraestructuras que propone supuestamente para sacar a la gente de la pobreza y darles empleos y todo eso. ¿Cuál es la mitología ahí?
—Bueno, recién usaste la palabra “reforma.” Cuando yo crecí, y durante el siglo pasado, “reforma” significaba sindicalizar el trabajo, proteger a los consumidores, regular la economía para que hubiese menos fraude contra los consumidores. Pero la palabra “reforma” hoy, tal y como es usada por el Fondo Monetario Internacional en Grecia cuando insiste sobre las reformas griegas, significa justo lo contrario: se supone que hay que bajar los salarios en un 10 o un 20%. Recortar las pensiones hasta un 50%. Idealmente, se deja de pagar pensiones para pagar al FMI y a otros acreedores extranjeros. Se detiene el gasto social. Así que lo que hay es una inversión del vocabulario tradicional. Reforma ahora significa lo contrario de lo que significaba a comienzos del Siglo XX. Ya no es un término socialdemócrata. Es “reforma” de derechas, antisindical, pro-financiera, para recortar el gasto social y dejar todo en el terreno de las privatizaciones administradas por los ricos y el sector de las corporaciones.
Así que reforma es la primera palabra que usaría para ilustrar cómo el significado ha cambiado y es usado por la prensa convencional. Básicamente, lo que ha hecho la derecha en este país es secuestrar el vocabulario que fue desarrollado por el movimiento obrero y los economistas socialistas durante un siglo. Se lo han apropiado y le han dado la vuelta para que signifique lo contrario. Hay 400 palabras con las que me enfrento. Muchas de estas palabras muestran cómo el significado ha sido puesto del revés, para conseguir que la gente tenga una visión al revés de cómo funciona la economía.
Michael Hudson

—En la página 260 de su libro aborda el tema de la Seguridad Social y el mito de que debe ser prefinanciada por sus beneficiarios, o que los impuestos progresivos deben ser abolidos a favor de un impuesto de tasa única. Usted critica que sólo haya una tasa de impuestos para todos. ¿Qué significa esto en realidad?
—Esta mitología tiene como objetivo convencer a la gente de que si ellos son beneficiarios de la Seguridad Social, deben ser responsables, ahorrar y hasta pre-financiarlo. Eso es como decir que si uno es el beneficiario de la educación pública, sabe que tiene que pagar la escolarización. Si es beneficiario de la asistencia sanitaria, hay que ahorrar para pagar por ello. Si se es el beneficiario del gasto militar de Estados Unidos que nos impide ser invadidos por Rusia la próxima semana, hay que poner dinero –por adelantado, prestarle al gobierno para cuando sea necesario.
 ¿Dónde se traza la línea? Nadie anticipó en el siglo XIX que la gente tendría que pagar por su propia jubilación. Esto fue visto como una obligación de la sociedad. Existía el primer programa público de pensiones (seguridad social) en Alemania bajo Bismarck (1871-1890). La idea es que es una obligación pública. Hay ciertos derechos de los ciudadanos, entre ellos, que después de una vida de trabajo merecen vivir en el retiro. Eso significa que uno tiene que poder afrontar ese retiro, no andar mendigando de rodillas en la calle. El colmo es imaginar que porque son los beneficiarios de la Seguridad Social, tienen que pagar realmente por ello. Ese fue el truco de Alan Greenspan en la década de 1980 como jefe de la Comisión Greenspan. Dijo que lo que se necesitaba en América era traumatizar a los trabajadores –para exprimirlos tanto que no tuvieran el valor de hacer huelga. No tener el valor de pedir mejores condiciones de trabajo. Se reconoció que la mejor manera de exprimir realmente a los asalariados es aumentar drásticamente sus impuestos. Su truco fue decir que en realidad no es un impuesto, sino una contribución a la Seguridad Social. Y ahora  se desvía 15,4% del cheque de pago de todo el mundo. El efecto de lo que hizo Greenspan no sólo estaba destinado a los asalariados que pagan un impuesto de su sueldo cada mes. La carga era tan alta en septiembre pasado que el fondo de Seguridad Social prestó su excedente al gobierno. Ahora, con toda esta enorme excedente que estamos exprimiendo de los asalariados, hay un punto de corte: alrededor de $ 120.000. Las personas más ricas no tienen que pagar por los fondos de la Seguridad Social, sólo los asalariados tienen que hacerlo. Sus ahorros forzosos se prestan al gobierno para que pueda sostenerse que no tiene mucho dinero extra en el presupuesto que llegue a la Seguridad Social y que ahora puede permitirse el lujo de bajar los impuestos a los ricos. Por lo que el fuerte aumento de los impuestos de Seguridad Social para los asalariados fue mano a mano con fuertes reducciones de los impuestos sobre bienes raíces, finanzas y sobre el uno por ciento. Quienes viven de la renta económica, sin trabajar, quienes no producen bienes ni servicios sino que hacen dinero en base a sus  bienes inmuebles, acciones y bonos “mientras duermen”, así es como el cinco por ciento hace básicamente su dinero. La idea de que la seguridad social tiene que ser financiado por los beneficiarios ha sido una configuración de los ricos para afirmar que el presupuesto del gobierno no tiene suficiente dinero para seguir pagando. En Chile fueron los Chicago Boys quienes desarrollaron esta estrategia. La universidad de economistas de Chicago lo hizo posible, mediante la privatización y la corporativización del sistema de la Seguridad Social. Su estrategia era dejar a un lado el fondo de pensión que administraba la compañía para, en la mayoría de los casos, invertir en su propio stock. La compañía armaba entonces un circo con un socio que figurase como dueño para dejar a la empresa ir a la quiebra con su fondo de pensiones, a los que ya había vaciado al prestárselo a lo que queda de la compañía.
En realidad no hay un problema con la Seguridad Social. Por supuesto, el gobierno tiene suficientes ingresos por impuestos para afrontar la Seguridad Social. De eso se trata el sistema tributario. Basta con mirar a nuestro gasto militar. Pero se supone que se debe mostrar un déficit cuanta más gente se retira. El trabajador también tendrá que pagar cada vez más por utilizar los servicios públicos de transporte que lo llevan a trabajar, porque el Estado no lo financia. Se reducen impuestos a los ricos, se privatizaron las autopistas y ahora hay que pagar para usarlas para ir al trabajo si no se tiene transporte público.
Se está convirtiendo a la economía en lo que solía llamarse feudalismo: todos tenemos que pagarle a esta nueva clase hereditaria, financiero-inmobiliaria y empresaria pública que está transformando la economía.

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