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lunes, 14 de julio de 2014

un gato en la oscuridad



A fines del año pasado, Daniel García –acaso el más deslumbrante de los artistas rosarinos contemporáneos– nos sorprendió con Imperio, dieciséis tracks de música que armó tras mezclar pistas de canciones conocidas, sonidos descargados de internet, “loops de batería o bajo de pocos segundos de duración, catálogos de marcas de instrumentos –como saxos o platillos–, efectos de sonido de diversos tipos, fragmentos de programas de radio o tv; en fin, un archivo que crece y crece”. Claro, el resultado es algo que, por su proceso, nos recuerda cierta música electrónica. Pero el interrogante es ¿cómo llega Daniel García, pintor, artista plástico, a componer música sin ser músico, a desplegar ese universo sonoro? La respuesta, de ninguna manera explícita, es Un gato que camina solo, el libro de García que publicó la editorial Iván Rosado y presenta el sábado 26 de julio a las 19 en el local 12 de la galería Dominicis, en Catamarca 1427.

Como en los temas de “Imperio”, como en la música, García despliega también tiempo en el espacio en el que desarrolla su obra pictórica. Y, claro, en la música halla espacio. Así, Un gato que camina solo es un libro sobre un personaje de dibujo, el gato Félix –y del dibujo animado del cine de la década del 20–, y es a la vez el desarrollo de una peripecia habitual en el trabajo de Daniel García: la investigación de un tema, el acercamiento erudito a un objeto, la necesidad de su estudio, de darle un nombre, de hallar sus ecos en el tiempo y en las palabras que lo acogen. Desde el ser gato –el título del libro procede de un cuento de Rudyard Kipling con el que García comienza la genealogía del personaje– hasta la percepción del gato en la cultura cristiana: “El gato nunca fue estimado por la Iglesia Católica –anota–, a pesar de contar en ella con algunos defensores como San Patricio y Gregorio Magno. En los años de la Baja Edad Media, herejes, brujas y gatos eran quemados en las hogueras de la noche de San Juan”.

Es que Un gato que camina solo –“El gato que andaba a su antojo”, según traduce Borges el cuento de Kipling– nació como una muestra que nunca llegó a realizarse. Por lo tanto, el libro es también la puesta en palabras de esa muestra fantasma, nunca realizada, en el local que Iván Rosado tuvo hace cuatro años en Salta al 1800 –donde la editorial se mezclaba con el club editorial y con la casa misma de Ana Wandzik y Maximiliano Masuelli, gestores de ese espacio. Como la exhibición que le habían propuesto a Daniel García tenía como fecha de inauguración un viernes 13, nuestro artista comenzó una modesta investigación acerca de los viernes y martes 13 en las supersticiones. Escribe: “Algo que me motivara a pintar”. Después de acumular material que iba desde las máscaras de hockey como la de Jason en el film Viernes 13 hasta fotografías de ahogados, la indagación llegó a los gatos negros. Aquí, según relata García, también los recuerdos y los hallazgos rozaron el cine –desde películas de Miyasaki y Kaneto Shindo hasta El gato negro (1934) de Edgar Ulmer–, la historieta –con Krazy Kat, un gato pensado, según declaraciones de su creador que García recoge en otra parte del libro, como “un espíritu”, y así. Pero la muestra fue otra cosa, algo que el pintor resolvió con material reciente de entonces y otras cosas que de alguna manera dibujaban su trayectoria. Sin embargo, fue el hallazgo en internet de “la reproducción de una figura de cerámica que semejaba un tosco gato Félix” lo que reclamó su mirada y, seducido por las películas mudas, a las que califica de “maravillosas”, llenó un cuaderno “inspirado en su imagen”.

De modo que los dibujos que acompañan el texto de “Un gato que camina solo” son, como en las indagaciones musicales de García –un melómano que recorre sus obsesiones, las reordena y las despliega en el espacio de trabajo del programa Adobe Audition, instalado en su computadora–, una exhaustiva exploración de la historia de un dibujo: una historieta atribuida a Pat Sullivan en 1917, una animación de Otto Messmer de 1919, su caída en el cénit de su popularidad en 1928, con la aparición del ratón Mickey, hasta su reaparición en las tiras televisivas hechas por John Oriolo, que García vio de niño en las pantallas en blanco y negro de la televisión de entonces.
En la presentación del sábado 26, en Iván Rosado, se ofrecerá el libro más una serigrafía de Daniel García –hizo 50, todas numeradas y firmadas– al más que “amigable precio”, según define Ana Wandzik, de 300 pesos.

Iván Rosado es lo que suele decirse una editorial independiente de Rosario que nació con el Club Editorial Río Paraná. “Son dos patas de lo mismo”, dice Ana Wandzik, quien junto con su esposo Maximiliano Masuelli dirigen el espacio.
El proyecto nació hace tiempo, en 2006, en barrio Belgrano, con la creación de una biblioteca y un espacio de arte llamado Josefina Merienda. Los libros de la biblioteca no eran otros que los de Maximiliano y sus socios de entonces. De allí pasaron a Salta al 1800, un local inmenso en una planta alta al que se sumó un bar, de nuevo una galería, una pequeña sala para recitales. Era un lugar para pasar, quedarse, circular, se conseguían libros de editoriales pequeñas de Buenos Aires o Córdoba que no había en las librerías más frecuentadas de la ciudad, además de los intercambios y el hallazgo de algunas obras de artistas rosarinos.
En 2012, cuando nació el hijo de Wandzik y Masuelli, el club editorial se mudó a un local de barrio Refinería, muy cerca de la zona donde la policía detuvo a fines del siglo XIX a Victoria Bolten. En medio del boom inmobiliario que recuperaba los edificios de fábricas y los galpones ferroviarios y del puerto para las grandes marquesinas urbanas, el Club Editorial resultaba una rara avis en el paisaje de calle Vélez Sarsfield al 300, al lado de una peluquería y de una heladería de barrio.
Mudados al local 12 de la galería Dominicis (Catamarca 1427) a principios de este año, el Club Editorial Río Paraná e Iván Rosado vuelven a estar al lado de una peluquería, de una casa de encomiendas, de un bar que abriga a los clientes con grandes paneles de náilon mientras saca, una tras otra, su especialidad, la tarta de oreganato. “Somos una empresa conyugal –dice Ana–, entonces hacemos lo que queremos los dos, no tenemos que discutirlo en una asamblea”.
La librería que funciona en el local se especializa en arte y literatura y el club le da al espacio un lugar para juntarse para “hablar frescamente de los intereses muy serios” que reúnen a los amigos.
“Acá –dice Ana– las relaciones sociales son editoriales. Está el lector que se cruza con el autor del libro que acaba de comprar y está el amigo que quiere publicar”. Porque sí, de eso se trata: de alguna forma quien publica en Iván Rosado entra en el círculo de las relaciones del club, aunque la publicación debe reunir ciertos requisitos, debe ser del interés del catálogo de la editorial.
En la mesa de la editorial, dentro de la librería, conviven libros escritos por poetas, escritores y artistas de Rosario de generaciones distintas, antes lejanas, inhallables, novísimas: Litoral y Cocacola, de Claudia del Río; Versos de un jubilado, de Francisco Gandolfo –en el que su hijo Elvio colaboró con la edición y que llevó a Iván Rosado el poeta Daniel García Helder–; Tracción a sangre, de Lila Siegrist; Nuestra difícil juventud, de Francisco Garamona y Vicente Grondona, o Alborada del canto, de Beatriz Vallejos.
“El catálogo tiene mucho sentido”, dice Ana Wandzik y apunta: “Somos de algún modo deudores de una tradición que inauguró Francisco Gandolfo, que tenía la imprenta La Familia, en la que trabajaba con sus hijos. Imprentero, poeta y editor, y su hijo Elvio lo editaba, es decir que aprendían juntos”.

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