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martes, 29 de mayo de 2012

"el relámpago de una mutación"


 Todas las imágenes en el sitio de Nicola Costantino.

Con Savon de corps (2004), obra en la que había fabricado lujosos jabones de tocador con un 3 por ciento de su grasa corporal, obtenida tras una lipoaspiración, detestaba lo que hacía Nicola Costantino y creía que podía fundamentar ese rechazo con las palabras de Jacqueline Lichtenstein cuando visita el museo de Auschwitz y se dice que le parece que está en un museo de arte contemporáneo –tal como lo refiere Paul Virilio en “Un arte despiadado” (2003)–: “Ellos (los nazis) ganaron, ya que impusieron un modo de percepción que es una unidad con el modo de destrucción tan propio al que dieron lugar”. Es decir, no había caído en la cuenta de que Lichtenstein se refería a un museo de la memoria, mientras que Costantino, con Savon de corps, estaba haciendo arte contemporáneo y, sobre todo, estaba poniendo el cuerpo, su cuerpo y, con ello, actualizando el que sigue siendo el más contemporáneo de los acontecimientos de la modernidad, el plan de exterminio de la Alemania nazi, ese que desnuda, descarna lo real de la acumulación del capital: en su expresión más acabada, el capitalismo paga el trabajo con la muerte, con el consumo de la vida de los esclavos que producen los bienes de consumo.
Después leí aquél artículo de Carlos Kuri en la revista Nueve Perros que se llamaba, así, sin pelos en la lengua, “El jabón de Nicola Costantino”, donde reseña: “Los objetos de Costantino exponen aquellos estados del cuerpo que hay que suprimir de la vista. Lo cadavérico en la comida, lo inhumano en la moda, el cuero, la piel y la cabellera humana en la vestimenta, y ahora el dominio de la cosmética y la cirugía”. Y escribe también Kuri en ese texto que encabezará un libro próximo a publicarse con la obra reunida de Costantino: “La estética en Costantino es así el relámpago de una mutación de lo ideativo y ético, lo ético y la idea se deshacen en obra, no duran más que lo necesario para producir el resplandor de lo secreto”.
En fin, trabajo, consumo y muerte han sido los temas sobre los que gravita la obra de Costantino. Al principio me maravillé con el oficio puesto en la fabricación de sus objetos, pero a partir de su trabajo con la fotografía y el video (desde 2007 en adelante) comencé a ver una suerte de unidad con historia. Por ejemplo, en su video instalación “Vanity con tocador”, Costantino aparece en el espejo de un tocador maquillándose el rostro. Y ese rostro, en ese espejo oscuro, que no nos muestra nuestro reflejo, sino el de ella, pero en el gesto automatizado de maquillarse eternamente, su rostro va convirtiéndose en los distintos rostros que nos enseñó el cine, desde los pálidos maquillajes de los films mudos e impresionistas de los 20 hasta los cargados y coloridos de los 80, como si al modelar su rostro modelara la historia. Me digo y hasta se lo pregunto a ella: su trabajo parte del cuerpo, de manipular con arcilla cuerpos animales, la piel de “Peletería humana” para, una vez que ese universo cobrase forma, una vez erguido el gólem de su creación, desplegar las imágenes de un sueño demiúrgico.
Antes de ir a visitarla a su casa, en el límite entre Villa Crespo y Palermo, en una manzana en la que hay por lo menos cinco talleres mecánicos, pregunté a varias personas fuertemente relacionadas con el arte (un crítico de fuste que reside en Buenos Aires, el director de un museo y acaso el principal artista plástico de Rosario) sus impresiones sobre la obra de Costantino. Todos coincidieron en esto: “Nunca te deja indiferente”. Lo que hallé en esa casa, en la calle Aguirre, entre el estruendo de avenida Juan B. Justo y las vías, fue no sólo un trabajo descollante, sino un estilo, es decir, el despliegue de un enigma que pone en suspenso el mundo.

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