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domingo, 27 de diciembre de 2009

visitantes de la infancia

El número 3 de la revista Lenta prisa iba a estar dedicado, entre otras cosas, a la relación del Estado con la infancia, la escuela, la literatura. Por eso le pedí a Ivana Romero que explorara entre los escritores de literatura para chicos vinculados a Santa Fe. El resultado fue esta nota.

Fotomontaje y composición de Matías Ramírez, diseñador de Lenta Prisa.

por Ivana Romero


La señora Berti Bartolotti –una soltera que teje alfombras, se maquilla de manera efusiva y tiene un novio farmacéutico– recibe una encomienda extraña a su nombre, que nunca solicitó. Se trata de una lata de conservas y, adentro, un niño de siete años, Konrad. Los dos comienzan a vivir juntos. En ese tránsito, Konrad intenta educar a la señora Bertolotti para que sea una buena madre. La señora Bartolotti, por su parte, compra golosinas, lo manda a la escuela, teje enteritos de lana de talla pequeña, ama a su hijo de manera más profunda cada día. Y mientras tanto, se pregunta qué es un niño.
La alemana Christine Nöstlinger escribió a mediados de los noventa Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, que en nuestro país editó Alfaguara. La interrogación de la señora Bartolotti, que la autora despliega a lo largo de la novela, ha recorrido la historia, al menos desde el siglo XVII, cuando aumenta la asistencia de niños a las escuelas. De la mano de la escolarización, llegó la indagación sobre la especificidad de la infancia primero, de la juventud después, y de la literatura como manera de transmitir herencias culturales y formadoras.

Fue en el siglo de la ilustración, el XVIII, el momento de desarrollo de las ideas pedagógicas con Locke, Pestalozzi, Rosseau, cuando la literatura se volvió didáctica y educativa. Sólo en el siglo XIX la preocupación estética, es decir, específicamente literaria, llegó a la literatura infantil. Fue en ese momento, además, cuando los adultos, en tanto emisores, tomaron conciencia de que la literatura infantil es un género determinado por su receptor. En todo caso, autores, críticos e investigadores aún coinciden en esa idea.
Pero ante la pregunta ¿qué es un niño? cada época ha dado su propia respuesta. En la actualidad, los clásicos cuentos de hadas, con lobos y zapatos de cristal, conviven con historias de ogros enamorados, chicos que cuestionan las relaciones fracturadas entre los adultos, o muchachitos correctos que emergen de latas de conserva mientras sus madres discuten con los novios diciendo que los mayores creen que los niños son su propiedad, que los adultos les quieren hacer creer a los niños que los grandes son formidables, astutos, buenos, y nunca imperfectos.
Si la literatura –el arte en general– es la caja de resonancia de los conflictos y deseos de cada momento histórico, en la literatura para niños y jóvenes que se escribe en nuestro país hay esperanza, finales felices y amores tramitados a través de cartitas o del chat. Pero también en esas historias aparecen piqueteros, Papás Noel que equivocan los envíos y gatos de arena que se borran cuando cae la noche junto al mar. Los niños, entonces, no son ajenos a esos conflictos, a la tensión entre belleza y desasosiego.
La pregunta de la señora Bartolotti es parte de un entramado complejo que vincula la literatura para niños y jóvenes de una época con los escritores, los imaginarios sobre la lectura, la escuela, y con la industria editorial. Algunos autores y autoras reflexionan sobre esa trama sustentada por las reglas sutiles del arte, irreductibles a preceptivas o fórmulas mágicas. La trama está sujeta al mismo misterio por el cual, según la rima infantil, la tela de araña siempre soporta, sin romperse, un elefante más.

Alma Maritano (escritora, profesora de Letras, tallerista. Nació en San Genaro, Santa Fe, reside en Rosario)
“Creo que se puede pensar la literatura infantil como género, de la misma manera que en otras disciplinas; por ejemplo, hay música para niños y a nadie le parece mal ni considera que se subestime al niño de ese modo. Pero si uno dice «literatura para niños», algunos literatos, desde un lugar que desconoce la niñez como edad, dicen que el niño tiene que leer todo, y que no debe pensarse en un público infantil cuando se escribe para ellos.
“Sin embargo, hay una cantidad infinita de ejemplos excelsos que muestran que grandes autores de mucha calidad, de pensamiento y sintaxis densos, han escrito de manera diferente cuando lo han hecho para niños. Por ejemplo, Roa Bastos escribió El pollito de fuego y Saramago, La flor más grande del mundo. Estos escritores saben que hay determinados elementos técnicos, retóricos, que resultan inadecuados para la niñez. Pero una cosa es que la sintaxis no sea compleja, que los pensamientos no sean densos y tengan que ver con los intereses de los chicos, y otra cosa es rebajar la literatura infantil y trabajar con un vocabulario pobre, minimizando la niñez.
“Creo que pasa por una cuestión de grados de complejidad estética o ideológica vinculados a las edades de las personas. De todos modos, antes podíamos hablar mucho más de niñez, pubertad, adolescencia, juventud. Ahora yo no sé si un chico de ocho años no se correspondería a un adolescente de 18 de hace veinte años. Cuando en 1996 quise escribir otra novela con adolescentes, luego de El visitante, que había salido en 1983, me reuní con alumnos del Colegio Nacional para charlar con ellos. En lugar de ocho o diez chicos, como era la idea inicial, vinieron tres cursos enteros, y me dieron muchísimas cartas pidiéndome que contase sus historias. Una cosa increíble, que por un lado me conmovió mucho y por otro me mostró la necesidad terrible de ser escuchados que tienen esos chicos de entre 13 y 18 años.
“Elegí cuatro historias, que conformaron la novela Como perros perdidos. Una, muy común a todos, la del chico que quiere convertirse en Ricky Martin. Otra, la de una hija de divorciados, exiliados como matrimonio durante la dictadura. La otra, un judío de padres divorciados. Y la cuarta, la hija de una prostituta, que no sabía que su madre trabajaba y lo descubre junto con sus dos hermanos. De El visitante a esa novela, hay un abismo como el que puede haber de David Copperfield a una historia actual.
La lectura. “En cuanto a la situación de la lectura, no estoy de acuerdo en el concepto general de «qué terrible que los niños no lean». Lo que es terrible, en realidad, es un manejo de la política educacional y de los medios, que les están mostrando a los chicos cosas burdas, obscenas, chabacanas, vulgares. Yo me pregunto, ¿los griegos, que no leían, pensaban? Es posible pensar sin estar cargándose de lectura de libro, con otros estímulos como internet, aunque en lo particular me parece que con toda esa información que no llega a procesarse también se corre el riesgo de formar idiotas, como decía Umberto Ecco. Ojo que soy una lectora adicta. No concibo el mundo sin los libros. Sin embargo, creo que los chicos pueden ser absolutamente pensantes sin necesidad de leer la cantidad de tiempo que leían los chicos y los adolescentes de antes, haciendo sus propias lecturas en otros soportes. El problema, en verdad, sigue siendo político, ya que no podemos hablar de una cultura sin remitirnos a una organización política y social que nos incluya a todos. Si esto no es así, las disparidades en el plano cultural quedan en evidencia.
El mercado. “El mercado editorial es redituable porque misteriosamente, la literatura para niños se vende muchísimo. Se vende más que la literatura para adultos. Eso puede jugar a favor o en contra, depende de los criterios de los editores, de los objetivos que persigan. En general se hace mucho hincapié en el libro objeto, y se minimiza el contenido. No creo que casi ninguna editorial se esté planteando hacer libros baratos, que no sean tan llamativos, que no sean tan brillantes, pero que puedan llegar a más chicos. El libro infantil es muy caro, y no está al alcance de la mayoría de la gente. Esas contradicciones de un sistema basado en una política económica tan injusta le juega muy en contra a todo lo que signifique cultura destinada a formar a nuestros niños.

Patricia Suárez. (Escritora, poeta. Nació en Rosario, reside en Buenos Aires)
“Hablás de literatura infantil cuando un texto se inscribe en una tradición: el cuento de hadas, el cuento fantástico, la fábula, los cuentos con animales; es decir, cuando todo lo imposible puede ser posible sin ceñirse a los códigos del realismo. Algo que me gusta hacer es volver a contar un cuento clásico porque descubrí que tenía un sentido más allá del humor: plantear que los hechos pueden haber sido diferentes a como la tradición los cuenta.
“Si de pronto uno piensa que Caperucita Roja, por citar algo, era una niña perversa que sólo quería heredar a su abuelita y por eso obliga al lobo a comérsela, también estás pensando que a lo mejor la Revolución de 1810 no fue tan Revolución. Que a lo mejor en Iraq no viven los malos, que a lo mejor Bin Laden es tan de cuento como Jack, el de las habichuelas verdes. Reversionar es un poco ayudar al lector a desconfiar del discurso político tradicional.
Políticamente incorrecta. “De manera que me interesa una literatura para niños que sea «políticamente incorrecta». Me refiero a que no esté sujeta a aquello que «es vendible en las escuelas católicas argentinas». Hay mucha literatura para niños de ese estilo: Manolito Gafotas, de Elvira Lindo, lo es. Luis Pescetti lo es. Algunas cosas de (Ricardo) Mariño, La historia de Tiborante de Gustavo Roldán, Meñique de José Martí, o Las historias de Nicolás de Goscinny.
Demanda editorial. “En cuanto a la situación editorial, la demanda de sencillez y ñoñez está en vigencia, pero hay sitios más flexibles que otros y momentos más propicios para determinados temas. Por otra parte, también la literatura adulta está signada por el mismo pedido: lenguaje sencillo, amenidad, poca profundidad.
“El placer de la lectura se transmite leyendo, así de simple. Como padre o madre, cuando los chicos te ven leyendo, quieren que les leas, que les compres libros, que les saques libros de la biblioteca. Porque la lectura abre caminos en relación a lo que dicen los manuales –mejorás la ortografía, la capacidad de redactar, la velocidad de la lectura silenciosa, etcétera– pero también está lo que no dicen los manuales: paliás la soledad, aprendés a expresar mejor tus sentimientos, se estimula tu fantasía, hasta alguno puede sentirse tentado a escribir él mismo literatura. Un escritor es primero un lector.

Osvaldo Aguirre. (Poeta, escritor, periodista. Nació en Salto, Buenos Aires; reside en Rosario)
“Nadie puede transmitir el placer de leer si no tiene una experiencia propia al respecto. Los lectores no se fabrican. Hay algo que me llama la atención: mientras es muy difícil que una obra de literatura argentina alcance hoy una reimpresión, hay textos de literatura juvenil con reediciones periódicas, anuales. ¿Dónde están los supuestos lectores que consumen la literatura juvenil? ¿Se convierten en no lectores? ¿Fueron lectores alguna vez, aun cuando compraban varios libros en la Feria del Libro que les organizaban en la escuela? La lectura no se impone, ¿verdad? Lo que puede hacerse, me parece, es tratar de acompañar la búsqueda del lector que se inicia, de alguien que está interesado en leer. Un lector se forma siempre por su lado, más bien desafiando las recomendaciones.
Creaciones comerciales. “El mercado proporciona una definición de literatura juvenil. De hecho, y ya se ha dicho, las expresiones «literatura juvenil» o «literatura infantil» son creaciones del mercado. Creo que, en un sentido, literatura juvenil supone una definición en términos negativos: es una literatura que en general no atiende, o atiende ligeramente, determinadas cuestiones, como la violencia, el sexo, la pobreza, que cuenta historias cuyos protagonistas no utilizan malas palabras ni emprenden acciones moralmente reprobables desde una perspectiva convencional. Es una literatura que tiene muy en cuenta su destino: la escuela, y no todas las escuelas sino aquellas cuyos alumnos pueden comprar libros. Esto no significa que no haya buenos textos en circulación en el mercado, pero en mi opinión son precisamente aquellos que se salen de ese marco. El equipo de los sueños, de Sergio Olguín, por ejemplo. O El mar y la serpiente, de Paula Bombara.
Instituciones. “Las instituciones tienen una incidencia relativa en la formación de un lector. Son necesarias pero no bastan o pueden hacer poco si no hay en juego un deseo del propio sujeto. Yo no podría decir qué rol le cabe a un educador; creo que precisamente un educador lo puede pensar mucho mejor y con más autoridad. Recuerdo que hace unos años hubo un escándalo en una escuela de la provincia a la que llegó un ejemplar de Zelarayán, de Washington Cucurto. Hubo un coro de maestros, funcionarios y periodistas horrorizados ante un «material pornográfico» (sic) que no debía haber ingresado a la escuela (sic). Me pregunto si este episodio significa algo en el marco en el que estamos hablando. ¿Cómo fue posible que se leyera un sentido xenófobo y discriminatorio en un texto que pretende justamente una especie de reivindicación del habla de ciertos inmigrantes? Creo que en parte influyó cierta densidad imperante en la época (año 2000-2001). Pero también una desconexión radical entre dos mundos muy lejanos.

Luis María Pescetti (Escritor, músico, cantautor. Nació en San Jorge, Santa Fe; reside en Buenos Aires)
“Durante un tiempo yo creí que existía la literatura infantil, pero que si se trabajaba con adolescente o jóvenes, había que darles literatura para adultos y punto. Después, con los años, me fui dando cuenta de que podés darle por ese lado, más bien, que podés leerles Calvino o Cortázar, por ejemplo, pero que hay toda una producción de literatura juvenil de primera pluma, de muy buena calidad, que toca los temas que viven los chicos en sus sociedades. Por ejemplo, dos libros de Gary Soto, Tomando partido y Cebollas enterradas, que hablan de grupos de adolescente chicanos en Estados Unidos. Es un tono narrativo muy duro y fuerte, que pone en evidencia que la etapa adulta no es la única que merece ser contada. O sea que la literatura para chicos y adolescentes tiene que ver con las narraciones de experiencias que impactan en los chicos de esas edades. El narrador puede ser adolescente o adulto, pero te tienen que contar tu vida. ¿Sino qué? Sin ficción uno no se puede ver a sí mismo.
La industria del entretenimiento. “La industria del entretenimiento creció exponencialmente. Antes vos estabas en un pueblo y lo que llegaba era tu libro de lectura, o bien la colección Robin Hood o bien pocas cosas. Eran tan pocas, que apenas llegaban, te las devorabas. No había tantos libros, y ahora hay muchísimos. Si fuese verdad que los chicos no leen, todas las editoriales serían entidades de beneficencia.
La pantalla o la página. “Me parece que hay mucho prejuicio en relación a la lectura. Hay un montón de dedos levantados diciendo «porque los chicos no leen», dedos de señores gordos y señoras pintadas y periodistas que escriben con la tripa sin haber investigado. Cuando escucho eso, pregunto «¿En qué basa usted su opinión?» Y se me responde: «En que cada vez, los chicos ven más televisión». Son ideas basadas en que, simplemente, a los adultos les gustaría que sus hijos, nietos o sobrinos «lean más». ¿Pero más que qué? ¿Más de lo que ellos leen como adultos? ¿Más de lo que recuerdan haber leído en su infancia o en su adolescencia? Entonces, si uno se queda con el dedo levantado y nada más, hace un diagnóstico y una intervención pobres.
“El otro día hice la presentación de Bituin, bituin Natacha y había una maestra que da clases en un lugar que es mitad barrio, mitad villa, junto a sus alumnos. La maestra había pasado a buscar a los chicos uno por uno, los llevó en subte a la presentación, y después devolvió cada chico a su casa. Es una maestra de escuela pública, a la que le dan cero puntaje por lo que hizo. Y los chicos, de una zona realmente carenciada, habían estado juntando moneda sobre moneda para comprarse el libro, cosa que no se les había pedido ni exigido.
“Me revienta la estupidez, la ligereza con la que se generaliza la situación cuando se dicen cosas como que la escuela argentina ya no es lo que era. La decisión de esta maestra no quiere decir que toda la escuela sea así, pero significa que en la educación sigue habiendo gente que trabaja con un pulmón que ya quisiéramos en otras áreas. Esos chicos que se fueron guardando ahorros para comprarse un libro ¿dónde los ponemos? ¿Con qué dedos los acusamos? Me parece, entonces, que la difusión de la lectura no tiene que ver con una estructura piramidal, que inmoviliza porque parte del supuesto de que existe un grupo responsable de decisiones que no se asumen, y no es así. No hay un todopoderoso, sino una red de intereses, algunos que van a favor y otros en contra. Entonces, tienen que intervenir todos: el Estado, la familia, la escuela, los chicos, y los formadores de opinión.

Laura Devetach. (Escritora, ensayista. Nació en Santa Fe, reside en Buenos Aires)
“Escribí desde muy chica aún con el rechazo de muchos maestros –años 40, colegio religioso– y la escritura se fue desarrollando marginalmente al aprendizaje escolar. Luego vino la profesionalización. Escribí cuentos y poesía «para adultos». A la vez me seguí interesando por los cuentos fantásticos, la literatura oral y popular. Desde la tarea docente, el gusto por los cuentos y poemas me acercó a los niños más como lectores que como alumnos. De ahí a escribir para ellos, hay un paso. Más que «para niños» me salía escribir «para muchos». Mis cuentos y poemas son, en la actualidad, leídos y contados por chicos y adultos.
Público y literatura. “Me parece que la literatura infantil es una modalidad de la expresión literaria atendiendo a un público tan amplio y variado como específico. El problema es que desde siempre –y continúa– debe luchar con la infiltración de la pedagogía, de las exigencias del mercado y otros contrabandos, vulnerándose así en muchos casos el espacio que le corresponde como arte autónomo. Felizmente, hay aperturas y producciones que perfilan el verdadero lugar del texto para niños dentro de la literatura. Primero, literatura. Luego, vendrá el «para».
Textos escolares e infantiles. “Hay que hacerle un recurso de amparo a la literatura para chicos en relación a las mentalidades parroquiales y cerradas que temen y hacen temer lo distinto, lo más amplio, o temen vender menos. Los cánones cerrados vienen por muchos caminos. El mercado es uno de ellos. En él se mezcla el texto escolar con la literatura para niños y los libros fabricados sin ton ni son. Las empresas editoriales son eso, empresas. Sus esfuerzos en cuanto a dar lugar a libros que abran espacios nuevos son relativos. Los textos elaborados con búsquedas más modernas, más complejas, son resistidos en general. Eso no quiere decir que no se publiquen de vez en cuando, porque, mal que les pese a los que toman las decisiones, también suelen ser un éxito en el mercado.
“Los escritores no tenemos ningún tipo de protección laboral, no hemos sabido organizarnos en ese sentido. Casi la mitad de mi obra está en este momento en el mercado, pero fuera de mi alcance en todo sentido. Entablé juicio a la editorial en la que trabajé con Gustavo Roldán durante 13 o 14 años porque, confiada e incautamente, firmamos contratos sin lapsos. Estos contratos no eran cumplidos por parte de la editorial y no pudimos rescindirlos sin un juicio.
“Más allá de eso, el año pasado festejamos con alegría en Córdoba los 40 años de La Torre de cubos. El libro se editó allá y desde allá se impuso. Campeó el hecho de ser un libro del interior, la dictadura militar, y esta dura circunstancia actual de transitar un juicio. Por eso recuerdo siempre un antiguo haiku del poeta Kitó que dice: «El ruiseñor/ hoy no vino./ Mañana, dos veces».”

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