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lunes, 20 de abril de 2015

el hombre que sabía demasiado

Se conoció el piloto de una serie producida por Amazon y basada en la novela El hombre en el castillo, en la que Phlip K. Dick imaginó un mundo alternativo en el que los aliados habían perdido la Segunda Guerra. Con producción de Rdiley Scott y guiones a cargo de FrankSpotnitz, el episodio puede verse ya en internet pero habrá que esperar hasta 2016 para ver la serie. 
  

La novela que reúne las obsesiones contemporáneas en torno a la manipulación mediática, las conspiraciones del estado y la sensación de que la realidad ha sido tergiversada fue publicada en 1962. Se llamó El hombre en el castillo (The man in the high castle), escrita por Philip K. Dick y publicada en Argentina, por la maravillosa y hoy desaparecida editorial Minotauro, en 1974.
Es una ucronía. Las ucronías –u-cronos: fuera del tiempo– son las historias que podrían responder a la pregunta “¿qué hubiera pasado si?”. En este caso Dick se pregunta: “¿qué hubiera pasado si el Eje, en lugar de los aliados, hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial?
Los Estados Unidos de 1962 que imagina Dick son eso: un territorio dividido en tres porciones: el amplio Este, gobernado por los nazis alemanes, la costa del Pacífico, gobernada por los japoneses y una franja a medias neutral sobre las montañas Rocallosas.
Hitler se está muriendo y el desmoronamiento del líder generó una guerra fría entre alemanes y japoneses, que se disputan el dominio del mundo. Mientras tanto, los protagonistas de la novela –tanto una joven que quiere saber por qué la policía japonesa asesinó a su hermana cuando iba a arrestarla en la ciudad de San Francisco, un joven que vive semioculto en las Rocallosas y un oficial intermedio de las autoridades japonesas que para cada acción consulta obsesivamente el I Ching– tienen noticias de que están viviendo, por así decirlo, en la parte fraguada de la realidad y que hay una alternativa en la que los aliados realmente ganaron la guerra. El autor de esta noticia, autor a la vez de una teoría sobre esa realidad alternativa, es un ser misterioso al que se refieren como El hombre en el castillo y cuya morada, oculta en algún lugar profundo del territorio norteamericano, va camino a convertirse en un raro Graceland, sin la música de Elvis, pero con el mismo espíritu.

Al fin

Bien, después de duros contratiempos que la tuvieron en distintas mesas ejecutivas de varios canales de televisión, la novela tuvo al fin su primer piloto televisivo para convertirse en una serie. Se emitió en enero pasado y el 18 de febrero Amazon Studios, cuyos directivos sometieron a votación pública ese primer episodio, decidieron que habrá nuevas emisiones en 2016.
Con Ridley Scott al frente de la producción ejecutiva (desde 2010 Scott recorrió oficinas de la BBC y SyFy para concretar el pasaje de la novela al cine o, lo que hoy es casi lo mismo, a una serie de tevé) y Frank Spotnitz –un ex guionista de Los expedientes secretos X– a cargo del guión, este primer episodio de casi una hora es un muy logrado regreso a los 60 en un ambiente enrarecido, algo así como una versión mucho más cinematográfica de ciertos episodios de la tercera temporada de la serie Fringe, con los japoneses celebrando la alta tecnología de los aviones alemanes –porque se olvida que cuando Estados Unidos ingresó a la guerra la maquinaria bélica nazi era mucho más sofisticada y la mitología que circulaba alrededor de su tecnología hasta el día de hoy refulge en la imaginación con pactos sobrenaturales o extraterrestres– y calles californianas desdibujadas por las imágenes de los autos pequeños de inspiración europea y japonesa.
El televidente remolón que no quiere tomarse el trabajo de descargarse el episodio de internet y buscar los subtítulos, puede ver el piloto de El hombre en el castillo en YouTube (aunque aún no tiene subtítulos en español).


Primera entrega

En el piloto, Juliana Crain (interpretada por Alexa Davalos) vive en San Francisco y su media hermana Trudy fue asesinada frente a ella por las fuerzas de seguridad japonesas que iban a arrestarla. Antes de morir, le entrega a Juliana un rollo de película que contiene una serie de clips de noticias falsas que muestran una historia alternativa en la que los aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial y Alemania y Japón fueron derrotados. La película es parte de una serie de noticieros similares y fue creada por alguien conocido como "El hombre en el castillo". Juliana cree que el noticiario refleja una especie de realidad alternativa, y que es parte de algún tipo de verdad mayor acerca de cómo debería ser el mundo; su novio, Frank Frink –Rupert Evans–, quien oculta sus raíces judías para evitar la extradición y la muerte a manos de los nazis, cree que el film es producto de la imaginación de El hombre en el castillo y no refleja la vida real. A su vez, Juliana se entera de que Trudy llevaba la película a Canon City, Colorado, en los Estados de las Rocalloosas, donde ella iba a encontrarse con alguien. Así que viaja hacia allá y se encuentra con Joe Blake (Luke Kleintank).
Joe Blake, por su parte, es un neoyorkino de 27 años que busca unirse a la resistencia para continuar con el legado patriótico de su padre. Aunque es también un doble agente de los nazis. En Canon City – a donde transporta sin saberlo una copia del film de El Hombre en el Castillo– se pondrá en contacto con otro miembro de la resistencia y hará amistad con Juliana Crane.
Mientras tanto, Nobusuke Tagomi –un funcionario japonés menor de San Francisco– se reúne en secreto con el oficial nazi Rudolph Wegener, que viaja de incógnito como empresario sueco: los preocupa el vacío de poder que se abrirá cuando Adolf Hitler muera o renuncie. Wegener explica que el sucesor de Hitler usará bombas nucleares contra Japón con el fin de obtener el control sobre el resto de los antiguos Estados Unidos de los japoneses. Hasta allí este primer episodio.

Dick

Philip K. Dick murió el 2 de marzo de 1982 en Santa Ana, California, mientras el director Ridley Scott trabajaba en la edición definitiva del film Blade Runner, basado en el cuento de Dick.
Las películas Next (El vidente), Una mirada a la oscuridad (A scanner darkly, 2006), Blade Runner, entre otras, basadas en relatos de Dick –quien al morir dejó tantas deudas como malestares, enfermedades y paranoias había acumulado en su distópica vida– habían acumulado hasta el 2004 la friolera de 700 millones de dólares. De hecho su prole vive hoy de las regalías de sus libros y derechos comprados por productoras cinematográficas.

Profeta

A cinco semanas del nacimiento de Philip K. Dick, en diciembre de 1928, su hermana gemela Jane murió y fue enterrada en una tumba, en el cementerio de Chicago, que tenía un hueco vacío y llevaba el nombre del hermanito vivo, en el que sólo habría que completar (54 años más tarde) la fecha de defunción. La presencia de Jane como un fantasma en la prolífica obra, la persecución del FBI, la miseria rodeada de adictos y un par de internaciones psiquiátricas convirtieron a las biografías de Dick en sucesivas indagaciones acerca de su locura o sus dotes proféticas.
Ficciones en las que se impone una visión de la realidad poderosa y paranoica, en las que se esfuman los límites entre sueño y vigilia o en las que la memoria artificial desdibuja o compone una identidad. Dick supo mezclar en su obra escrita elementos de dos literaturas modernas e inagotables: la fantástica (esto es: la creación racional de un mundo para demolerlo con la irrupción de lo extraño, como en H.P. Lovecraft) y la policial negra, o americana; aquella en la que el detective, un ser con preocupaciones éticas, de algún modo un perdedor, investiga un homicidio y descubre que el crimen es la sociedad misma, de arriba hacia abajo.
Hombre próximo al mundo de las drogas (aunque dos de sus biógrafos insisten en que su mayor adicción fueron siempre las anfetaminas), las ficciones de Dick son también un narcótico: Ubik, El hombre en el castillo, Gestarescala, Ojo en el cielo, además de sus cuentos, son una experiencia tanto como una lectura. De ahí que adaptar sus relatos al cine resulte una tarea muchas veces imposible y, la mayoría de las veces, fallida. La cima de estas desgracias es claramente El vidente, dirigida por Lee Tamahori, que no sólo tira el cuento de Dick (El hombre dorado) al escusado, sino que lo mismo hace con su ambiente y con el guión de la película.

Mundo propio

Sin embargo, hay dos de estas películas que, a su modo, se hacen cargo del mundo “dickeano”: Blade Runner (cuya traducción tiene el sentido de: “el que se da la cabeza contra la pared”, y está basado en la pequeña novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”) y Una mirada a la oscuridad, en la que Richard Linklater trabaja con actores (Keanu Reeves, Winona Ryder, entre otros), pero usa una técnica de animación, el rotoscopio, cuya edad de oro quedó enterrada en los tempranos 80, con los videoclips de la banda noruega A-ha, entre otros. “Una mirada” está basada en las experiencias mismas de Dick a principios de los 70, cuando su casa de California –que luego perdería– se convirtió en la morada de traficantes, lumpenaje y hippies desencantados hasta del Flower Power. En el film, que Linklater mantuvo fiel al libro, un agente encubierto (Keanu Reeves) debe seguir a un traficante. Ignora que al final del laberinto va a encontrarse consigo mismo, como si el doctor Jeckyll buscara al señor Hyde.
Blade Runner, de la que Dick llegó a ver escenas, tiene de dickeana su atmósfera turbia, su policía agobiado y fiel a la misión que le tocó en suerte (Harrison Ford), su ambiente de relato policial desencajado, desviado; su ciudad vieja, contaminada de imágenes y de voces extranjeras, como un sueño recurrente.

Influencia

Sin embargo, el cine ha tomado en estos años muchas ideas de Dick, y no siempre del modo más feliz. Matrix, El sexto día, por dar dos ejemplos antagónicos, captan cierta “idea” de Dick. Pero Truman Show (Peter Weir, 1998) es quizás la que mejor se deja influenciar por nuestro autor. Acaso, como sucede en la primera y segunda Alien, o en la serie TrueDetective, del año pasado, donde se percibe una influencia de Lovecraft, porque Truman Show une al personaje típico de Dick con su visión particular de lo que solemos llamar realidad: esa cadena de hilos que mueven más allá de donde se puede indagar un mecanismo esquizoide, demencial, dañino y poderoso.
El argumento es atractivo para Hollywood, claro, sobre todo tratándose de un mundo –el norteamericano– cuya política exterior está coronada por proyectos como el de la “Guerra de las Estrellas”, “Tormenta del Desierto” o “Guerra contra el terrorismo”. Las películas suelen competir con una construcción mediática de la realidad que es mucho más dickeana de lo que se consigue en un estudio de filmación. Y un nuevo ensayo de la realidad, desde lo virtual y la biopolítica, con el que los hombres acariciamos con mucha más gravedad que en ninguna otra época el más simple e infinito vacío.
En Idios Kosmos, una suerte de biografía critica sobre Dick, Pablo Capanna rescata algunos detalles en ficciones de Dick, como mencionar que alguien lee un diario y se entera de un crimen, de un golpe de estado en Argentina y que, en esa misma edición, dentro del cuento, alguien desaprueba a fascistas, nazis, comunistas, falangistas y peronistas. Y aguye Capanna: “Me atrevería a decir que, conociendo las inclinaciones de Dick por el populismo y los líderes carismáticos, no me cabe duda de que de haber sido argentino, en esos años hubiese adherido con fervor a la izquierda peronista”.

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