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miércoles, 13 de agosto de 2014

escritores realistas



El libro 40 esquinas de Rosario (Rosario, editorial Pulpo, 2014) es, por un lado, un ejercicio literario del siglo XIX que emprenden cuatro jóvenes escritores de la ciudad y, por otro, un juego con el lector, que deberá descubrir a partir de una descripción puntillosa apretada en 500 palabras sobre qué esquina está leyendo.
Decimonónicos: Agustín Alzari, Matías Piccolo, Bernardo Orge y Ernesto Inouye –los cuatro vinculados a la carrera de Letras de la UNR aunque de forma acaso “inorgánica”–, se proponen describir esquinas transitadas o no de la ciudad de manera, si se quiere, caprichosa, e intentan que la descripción baste para que el lector la identifique, prescindiendo del principal elemento perceptivo que introdujo la representación moderna, la imagen y la información.
 Presentación de 40 esquinas: Piccolo, Inouye, Alzari y Orge. Foto de Ludmila Bauk.

Lúdicos: los autores no sólo apelan a que el lector pueda identificar la esquina –a veces contando los barrotes de una verja, el número de techos de tejas o los negocios que rodean a una esquina–, también esconden sus nombres o su autoría al firmar cada descripción con un ex libris, cuatro pequeños dibujos de flores, uno para cada autor.
La escritora y crítica contemporánea Beatriz Vignoli describió el estilo de estas 40 esquinas representadas como “un realismo tardío post autónomo, estilo de la Colección Naranja de crónicas de la Editorial Municipal de Rosario”. Es decir, de alguna manera 40 esquinas interactúa con ironía con esas crónicas personales de la ciudad y su zona de influencia encargadas desde la EMR a escritores vinculados con Rosario (desde Elvio Gandolfo, Vignoli o Sergio Delgado hasta los mismos Alzari –por estos días la editorial pone en circulación La internacional entrerriana– y Piccolo –quien publicó Contorno Don Bosco hace cuatro años–).
En la descripción de las esquinas aparece muchas veces “el escritor realista”, una suerte de alter ego paródico del autor que vendría a reunir a nuestros cuatro narradores. Sobre este escritor nos escribe Alzari: “Se volvió un personaje que cada quién usó para lo propio en el resto de su trabajo. Tiene, entonces, las naturales diferencias en cada caso. Pero siempre aparece, según creo, vinculado al territorio, al estar en la intemperie observando (o siendo observado, o incluso repelido). Su existencia obedece a la necesidad de remarcar que lo que se describe y escribe efectivamente es así. Y aconteció esto de reestablecer un pacto de confianza que permita una literatura realista. No es cualquier literatura, es literatura realista. Por eso, en un plano más obvio, «el escritor realista» alude a la literatura realista del siglo XIX, que intentaba describir en el formato novela la totalidad social. En este caso no es la totalidad social, sino esquinas de Rosario. Y no todas, 40. Competíamos a ver quién era el más realista de los cuatro, es decir, quién escribía con mayor acierto, a quién le adivinaban más fácil. Un entretenimiento del que deriva el sentido lúdico del producto final: se puede leer de a muchos quizás porque se escribió de a muchos, y más que a leer, invita a jugar, a adivinar, porque ese  juego está en la base de lo que hicimos. De allí las figuritas que completan el libro, hechas con las fotos originales (de calidad dispar) que cada quien sacó a modo de prueba, para que los otros, a los que les sobraba malicia, no dijeran «Che, pero esta puerta que vos decís que es verde es amarilla»”.
Algunas de las fotos, tomadas con celular, en el tránsito, son las que se reproducen acá. El libro puede adquirirse en librerías céntricas de la ciudad que se enumeran acá: Club Editorial Río Paraná: Catamarca 1427, local 12 (Galería Dominicis); Oliva Libros: Entre Ríos 548; El lugar: 9 de Julio 1389; Buchín Libros: Entre Ríos 735; Mandrake: Rioja 1869; El Juguete Rabioso: Mendoza 784; El Halcón Maltés: Mendoza 1438..

También incluimos en esta página una de las esquinas descriptas.

La oculta, de (40 esquinas)



En algún momento en esta esquina se erigió alguna construcción de la cual el escritor realista no puede dar cuenta: solo quedan de ella los vestigios de la demolición en las paredes aledañas. Quedó escrita una silueta sobre el imponente muro mugriento del edificio contiguo. Puede verse el corte transversal de lo que alguna vez fueron habitaciones.
La forma de la ochava fue reconstruida por una serie de ocho carteles rectangulares de aproximadamente tres metros y medio de largo por dos y medio de alto con marcos amarillos. Estos carteles con afiches publicitarios ocultan a los transeúntes lo que hay del otro lado. El escritor realista, mirando la esquina de frente, intenta develar lo que hay detrás de lo que se muestra a primera vista: un cartel de tránsito a la izquierda, un kiosco de revistas en la ochava, una parada de colectivos a la derecha. Para ello se aproxima buscando intersticios entre los carteles por los cuales deslizar la mirada. El escritor realista recorre de punta a punta la serie de carteles y concluye que quienes los colocaron se preocuparon por eliminar, mediante ceñidas costuras de alambre, toda posibilidad de que alguien espíe hacia el otro lado. Sin embargo, encuentra al extremo izquierdo, ahí donde los carteles se terminan, una puerta amarilla de chapa que tiene abierto un boquete que cumple la función de manija.
Mira a través del boquete y se encuentra con un terreno baldío. En partes crece una maleza frondosa, en otras se ven los restos de una vereda de mosaicos color terracota; ramas secas y basura esparcidas, unos tirantes de madera que asoman sus puntas en la pared medianera, una lata deveinte litros oxidada; sobre una pared hay rastros de azulejos de lo que alguna vez fue un baño. Una carpeta de cemento tiene todavía rastros de pintura amarilla que pueden haber sido de un estacionamiento para autos. El escritor realista intenta observar por otras hendijas (mucho más delgadas) pero no ve mucho más.
Ahora cruza la calle y se dirige a una de las esquinas de enfrente donde se erige un majestuoso y antiguo hotel color cemento, de tres plantas, que luce una cúpula ornada con tejuelas verdes y un pináculo. Le abre la puerta un hombre vestido muy elegantemente que lo trata con una amabilidad desproporcionada. El escritor realista se dirige a la mesa de recepción donde pide permiso, en nombre de una investigación literaria, para subir a la terraza. El joven a cargo, aludiendo que en ese momento los huéspedes se encuentran desayunando en ese sector, se lo impide. Insiste pero no hay caso.
Sin embargo, el escritor realista puede asirse de un recuerdo: habiendo sorteado las trabas burocráticas y represivas del hotel, pudo pasearse por la terraza y contemplar desde lo alto, asomándose por una barandita de hierro, la forma trapezoidal del terreno baldío de la esquina de enfrente que mediante una hilera de carteles permanece oculto a quienes, allá abajo, caminan por la calle.

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