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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

martes, 14 de enero de 2014

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Ojo Francés, imagen cedida por Diego Giordano.

Había escrito en un montón de lugares antes de ingresar al diario El Ciudadano (el enlace lleva a algunos artículos de Cultura de ese diario ya desaparecido en este blog, porque a los consecutivos "dueños" y jefes de contenido de ese medio les importó muy poco conservar on line lo publicado), pero nunca había estado en una redacción. El día de julio o agosto de 1998, cuando debí pasar la prueba con una crónica cultural para ingresa a El Ciudadano (gracias a una intervención de mi querido amigo Jorge Liporace), me fui hasta el CCPE a presenciar una proyección de videos filoecologistas o algo así. Recién un par de días después me enteraría de que la misma prueba había sido propuesta a Diego Giordano, con quien compartí ese día, hace como 14 años, los materiales y la información sobre el asunto (internet, hay que aclararlo, era algo incipiente en esos días). Recuerdo perfectamente que entonces Diego me dijo que lo que le interesaba era escribir sobre música y, en particular, sobre rock argentino. También recuerdo que su plan me pareció, al menos, disparatado para la pequeñez que en ese tiempo representaba para mí esa porción del rock.
Hará poco más de una semana Diego (con quien compartí en estos años mucho más de lo que imaginé en un primer momento) me pasó Inédito, publicado por la editorial de mi amiga Lila Siegrist. Su lectura, de la que no pude despegarme por unas dos horas, hasta terminarlo, me recordó con felicidad cosas que conversamos pero, sobre todo, me recordó aquél período de los 80 en los que era difícil imaginar cualquier tipo de música por fuera de los cánones de lo que se hacía en Rosario entre 1982 y 1984.
Gato Fritz, imagen cedida por Diego Giordano.

Diego toma como paradigma cierto éxito que tuvieron entonces grupos como Identikit y Graffiti para dedicarse a analizar los grupos que no llegaron a grabar un primer disco en esos años en los que la influencia de la Trova Rosarina era decisiva. Logra, en sus charlas con músicos de la época, que alguien diga que "la Trova fue un accidente" (en el que colaboraron Malvinas y la democracia recién recuperada). Describe (ya no podría decir si a propósito o no) el vacío y la llana aspiración de los músicos de ese período quienes, textual de alguno de los testimonios, copiaban a Soda Stereo porque más difícil resultaba copiar a los grupos pop ingleses que apenas si sobrevivieron a su época. Mencionan también estos protagonistas (los de uno de los momento más pobres de la música popular del país) que en esos días había que estar en los peores programas de radio jamás imaginados, entre ellos, Sensaciones, para ser difundidos.
Poxi Beat, imagen cedida por Diego Giordano.

Eran los días en que funcionaba la copia (de nuevo, recuerdo la frase de Eugenio D'Ors: "Lo que no es tradición, es plagio"), lo que hoy es "el diseño", ese batifondo que dibuja la época a costa de acallar lo que hay para escuchar en ella. Se copiaba a Soda Stereo, se copiaba a Zas, se quería copiar a los ingleses. (Me acuerdo que por esos días, en las bateas de las disquerías de peatonal Córdoba o San Martín, o en una Tal Cual de calle San Luis, siempre se conseguían en oferta vinilos de Tom Tom Club, de The Smiths, hasta de Lynyrd Skynyrd o Molly Hatchet). 
Lo que Diego hace es maravilloso: con una breves pinceladas que abrevan en distontas historias del rock vernáculo, nos introduce en esos años en los que la buena nueva del rock había estado atravesada primero por los intententos de la dictadura de manipular el asunto en pos de un movimiento pro Malvinas; luego, el despegue del negocio para los crápulas de las discográficas y, por último, la crisis de la última parte del gobierno de Alfonsín, cuando la economía desbarrancaba. A partir de allí tenemos las voces de los protagonistas. Con ese estilo casi "neutro" que permite el periodismo, la escritura de Diego deja sobre el llano el vacío de unas propuestas que intentaban marcar una diferencia a partir de categorías hoy casi estúpidas: bailable-no bailable, pop-rock sinfónico, y así. Sus entrevistados le dicen que querían sonar como Duran Duran, The Police o The Smiths en los años en que la tradición (lo que escribe mientras uno se dedica a saldar las deudas inmediatas del gusto y la apatía) había sido cooptada por la Trova, es decir, los años en que la Trova no sólo puso en duda la tradición que conocían, sino que la redujeron a un pastiche de mensajes, escalas sinfónicas y fraseos vocales de alta gama; es decir, un repertorio que hoy podría solucionar una playlist y el Correo Argentino. 
La música de Rosario, que no existió –por fuera de ciertas figuras y ciertos hits, claro está– hasta después de una década casi, cuando llegaron los Punto G, Mortadela Rancia, Degradé (entre lo poco que conozco y puedo citar) y, más adelante Aguas Tónicas o Juani (tras los años de Planeta X) definió en los 80 su condena y lo hizo a través de la conversión de la música en un producto de diseño y de mercado. Nadie, absolutamente nadie en Inédito habla de música salvo Diego. Incluso en los casos en los que alguno de los entrevistados muestra sus habilidades como lector, cita una literatura vasta y ajena –poetas franceses de fines del siglo XIX que estuvieron de moda en los 80.
La música, parece venir a señalarnos este fresco de época que he tomado –y esto es acaso un defecto mío– como documento de esos años, sólo comprometió a músicos que funcionaban como "técnicos", ejecutantes de un repertorio preclasificado de géneros y ritmos: no hubo, al parecer, quien pensara cómo librarse de la Trova por fuera de las zonzas categorías bailable-depresivo; no hubo, como podría ser el caso de Juani Favre, quien pensara la canción en relación con la lengua y la extranjería de las influencias.

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