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viernes, 9 de agosto de 2013

el libro y el drone


Por mi trabajo, debía hacerle una entrevista a Silvana Rabinovich. Por mis intereses quería conversar con ella. Hicimos un poco de las dos cosas, aunque temo que haya llevado la peor parte la entrevista.

En México, donde es investigadora en la Universidad Nacional Autónoma (Unam), la rosarina Silvana Rabinovich tradujo del hebreo a Martin Buber, el notable filósofo judío que nos legara la recopilación de las leyendas jasídicas que influyeron a más de un narrador contemporáneo, así como el autor de una filosofía del dialogo cuyo eco se escucha en la charla y la escritura de Rabinovich.

Nuestra autora acaba de publicar en España La biblia y el drone. Sobre usos y abusos de figuras bíblicas, título que según ella cuenta en la “Introducción”, es una paráfrasis del verso de Discépolo (“ver llorar la Biblia junto a un calefón”: con la consiguiente aclaración: tanto el calefón, como el drone –aparato aéreo tripulado a control remoto para bombardear blancos palestinos en el conflicto entre Israel y Palestina–: producen calor). Allí repasa algunos de los mitos fundadores del estado-nación israelí, la filosofía del movimiento sionista nacido en Europa a fines del siglo XIX (que tuvo en sus filas a personalidades dispares como Theodor Herzl, Franz Rosenzweig o el mismo Buber) y los conceptos surgidos de la religión y, sobre todo, la lengua, que hoy le dan sustento en la guerra permanente que mantiene en sus fronteras y en su interior. “El pubelo judío –dirá mientras conversamos– no es uno solo”.

Fiel a su trabajo de traductora –también tradujo del francés a Emmanuel Levinas, Hélène Cixous y Enzo Traverso, entre otros–, cuando le preguntamos a Rabinovich dónde está la esperanza que permita un entendimiento en medio de ese estado de guerra casi permanente en el que se encuentra Israel, nos dirá: “En la traducción. Para mí la lengua es traducción”.

Pero quien encare este último libro de Rabinovich con el fin de entender de un modo, digamos, sociológico, las raíces de esa guerra que enfrenta a Israel con los palestinos y otros países árabes, se sorprenderá descubriendo cuánto de nuestra propia historia se juegan en esas lides, porque el meollo del asunto es la lengua misma, las historias bíblicas que compartimos, cosas que habitamos como parientes dispersos de una enorme familia.

Las fuentes de Rabinovich cruzan, por decirlo de alguna manera, tres “continentes”: la sabiduría, la belleza y la poesía. Sus análisis de pasajes bíblicos ven del texto sagrado a los intérpretes antiguos y modernos, tanto como a los poetas y los filósofos. “Aprendí el hebreo con mi abuelo, que era maestro de biblia hebrea, pero era muy irreverente –cuenta–, entonces no lo toleraban mucho tiempo en las comunidades. Tuvo que dejar de dar clases, que le gustaban mucho. Después se dedicó al comercio y le fue muy mal. Y cuando yo tenía 6 años mi padre comunista murió, mi familia dijo que bueno, que ya era hora de ir a la escuela hebrea y entonces le pidieron a mi abuelo que me enseñara la lengua hebrea. Y mi abuelo se encontró todos los días volviendo a hacer eso que tanto le gustaba, me enseñó con los diarios hebreos que llegaban al país en papel de arroz, el juego era descubrir las raíces de las palabras que ahora se habían vuelto la lengua cotidiana”.

Uno de los primeros puntos que Rabinovich aborda en su libro es, precisamente, los riesgos de adquirir el hebreo, que hasta entrado el siglo XX se reservaba sólo para el oficio religioso, como lengua cotidiana. Se vale de algunas de los pensadores judíos más influyentes en la filosofía contemporánea, por ejemplo Walter Benjamin, Buber, Franz Rosenzweig, a quien cita: “Ni la lengua, ni la tierra son susceptibles de ser apropiadas”. Pero también se leen en sus páginas las palabras de pensadores palestinos como Edward Said o franceses como Jacques Derrida o René Girard, quien señala: “La tendencia a eliminar lo sagrado, prepara su retorno subrepticio bajo la forma de la violencia y el saber de la violencia”. Escribe Rabinovich: “El hebreo moderno pretende despojarse de sus atavíos religiosos pero sus cuadradas letras demuestran lo absurdo (y peligroso) de tal empresa. El sueño del hebreo moderno puede crear monstruos, y sobre eso ya advertía (Gershom) Scholem: «¿No es posible que la fuerza religiosa de este lenguaje se vuelva violentamente contra los que lo hablan?»”


—¿A qué llamás la “instrumentalidad” del lenguaje?

—El uso instrumental del lenguaje tiene que ver con el liberalismo, incluso con el positivismo. Esta idea de que el lenguaje ayuda a expresar pensamientos, como si el pensamiento estuviera separado del lenguaje. Este libro parte de la idea de que la lengua hace al pensamiento y que todo un entramado de relaciones políticas hacen a esa lengua y son las que constituyen el pensamiento. Esto no quiere decir que el pensamiento esté cerrado en su horizonte y no haya posibilidad para la traducción entre lenguas, y aprender unas de otras para ampliar horizontes, por eso toda la parte de la promesa y la esperanza está puesta en la traducción. En la medida en que la lengua se reconoce como traducción y no como pureza originaria hay posibilidad de pensar en esa traducción como constitutiva de cualquier posibilidad de diálogo y de aprendizaje. Tiene que ver con la ética, con la política heterónoma: eso que hace la relación con el otro, tenemos dos orejas y una sola boca: tenemos más capacidad de recibir al otro que de expresar. Y eso es así porque primero escuchamos para poder reproducir la lengua que recibimos, la lengua nos viene del otro. Cuando Descartes dice “Pienso luego soy”, en el siglo XX, desde distintos lugares, empiezan a corregirlo. En el siglo XVI él formula esta frase de un sujeto que se considera en soledad, desde principios del siglo XX Mihail Bajtin, Rozensweig, Buber, le dicen “No, pienso y luego yo

—¿Usarla como instrumento violentaría algo del lenguaje?

—Bueno, es que el lenguaje también tiene algo violento inherente a él. Hablar es violentar un silencio, es increpar al otro. Y no toda violencia es destructora. El lenguaje tiene una parte violenta; ahora, usar la lengua para destruir es

—¿Sería lo que está sucediendo con la política de Israel hacia Palestina?

—Yo creo que sí.

—¿Y cómo se relaciona esto con la adquisición del hebreo como lengua oficial de Israel, es decir, como lengua secularizada?

—En este caso traemos a la vida otra vez a una lengua que había estado descansando dentro de un ámbito muy, muy restringido, que era el ritual, y la traemos a lo cotidiano, la hacemos bajar a la calle, y creemos que la dominamos, que con ella podemos engañar a los otros, hacer que suene lo más eufemístico de esta lengua y la usamos para destruir, y no nos damos cuenta que termina destruyéndonos, es lo que trato de decir con lo de Sansón –que se suicida con sus enemigos en el templo–, con distintas figuras.

—¿Habría una perversión de esa lengua?

—Sí, y si logramos entender por dónde está pervirtiéndose a lo mejor podemos arreglarlo.

—¿Y por dónde pasaría el entendimiento?

—Por la traducción, para mí la lengua es traducción. Hay una idea muy peligrosa, que está muy presente en la biblia, la de pureza. Y bueno, entender que la lengua es traducción, y también el hebreo. Creo que ahí está la promesa. Y los portadores de esa promesa son los judíos árabes, que son los que tenían la lengua del lugar. Los judíos de países árabes, si bien tenían un árabe diferente, podían entablar un diálogo, formar parte de un proyecto común. El problema fue plantear la fundación del estado de Israel con la mentalidad europea. Si no, (los fundadores de ese estado) hubieran sido recibidos bien, para trabajar juntos. (Theodor) Herzl, el creador del movimiento sionista, sostenía que el estado judío de Israel debía ser un muro de contención y no permitir que la barbarie oriental avance sobre Europa. (Martin) Buber, dentro del movimiento sionista, quien también amaba a Sión, lo pensaba muy distinto, creía que era un amor que se debía compartir con los habitantes de la tierra. No lo veía como un estado nación, sino como una forma política de conformación de pequeñas comunidades autónomas.

—Incluso señalás en tu libro que la lectura bíblica según la cual se interpreta “pueblo judío” como estado-nación es muy moderna y que el sentido original era el de clanes familiares.

—Claro. Buber veía una posibilidad en esos términos. Hoy en día en Israel hay muchísimas críticas al sionismo, movimientos pos sionistas y antisionistas.

—Hay una relación ahí con lo teológico-político, ¿cómo pensarlo políticamente?

—Hay un prejuicio muy cómodo que sostiene que todo el problema de Medio Oriente se solucionaría sin las religiones. Y a mí me parece que sin las religiones no se soluciona nada, es más, necesita de las religiones. Ahí es el lugar, por algo era tanta la amenaza para Herzl. Es el problema de Maquiavelo: la separación entre la política y la religión. Los elementos sagrados del pasado se fueron filtrando en la estructura de lo político secularizado. Eso está más que claro, por ejemplo, en un aeropuerto: vos tenés a un occidente secularizado que persigue y busca a un enemigo religioso, donde ser musulmán es lo mismo que ser un terrorista. Entonces, hay una insistencia de lo religioso que de ninguna manera se canceló en lo político. Es más, y peor, lo espiritual, lo que podría llegar a contribuir en una organización social y política se sacó y quedó lo peor. Entonces hay que entender. Vuelvo al muro de contención del que hablaba Herzl, la necesidad de separar aquello otro que era oriente, lo oriental –según Edward Said– es eso otro que está tan adentro que es necesario sacarlo afuera para poder expulsarlo. Occidente es lo que es gracias a que se tradujeron al árabe a los pensadores griegos. Cuando estaba prohibido leer a Aristóteles, los árabes, que tenían una lengua vehicular, fueron quienes lo tradujeron.

—Hablás también de un antisimetismo al interior de Israel.

—Claro, eran esos judíos que no se asimilaban al nuevo ideal de estado israelí. El antisemitismo estaba muy presente en el sionismo secular, ellos se avergonzaban de los judíos de la Europa oriental, por cómo vestían, porque persistía la idea de que habían ido a la muerte como corderos durante el nazismo. El judaísmo de la Europa oriental ha sido despreciado por los sionistas laicos y la misión del Estado de Israel es borrar esas huellas y reinventar el ideal del hombre fuerte, ahí también se ve la mala lectura de Nietszche.

A estas ideas Rabinovich contrapone en más de una oportunidad las lecciones de Buber a incluso cuenta una anécdota de la vida del filósofo, a quien en los años 30, en Alemania, el partido nazi le puso un vigilante que lo controlaba, quien en un momento le pide un libro para aliviar sus largas horas de vigilancia. Buner le dio entonces una edición suya de las leyendas jasídicas de 600 páginas. Cuando el policía, imbuido de la ideología nazi, lo termina, le pide que por favor se lo autografíe y se lo dedique. Allí ve Rabinovich la confianza que Buber tenía en el diálogo, aún con personas que nada podrían tener que ver con uno. “Ese es el trabajo del traductor”, concluye.

Nuestra autora continua: “Creo que esta idea de diálogo es muy importante hoy en día. Ahora, ¿qué se entiende por diálogo? ¿Esta fantasía de pensar que el otro habla la misma lengua que uno? Hay un libro maravilloso que se llama La historia del otro, en la que siete profesores cuentan la historia de Palestina e Israel, las páginas impares son para la historia de Israel, las pares, para Palestina. Y presenta un glosario donde leemos qué quieren decir cada cosa para cada uno. Y tienen las mismas cosas que decir en un sentido opuesto. ¿Y cómo establecés un diálogo? El libro lo edita (Pierre) Vidal-Naquet, que dice que les agradece que hayan aceptado coexistir para este libro, no esperemos que coincidan. Acá hay una historia y un amor compartido por una tierra que suena de dos maneras muy distintas. Porque tampoco hay un habitante originario de esa tierra. Incluso Abraham llegó como inmigrante, y había habitantes antes. Y el pueblo judío no es uno solo. Y el movimiento sionista es europeo, eurocéntrico, y entendía que tenía que reducirlo todo a la experiencia europea. En Irak, entrada la década del 50, hubo una gran represión de beduinos que duró 30 horas, y los judíos ricos se fueron a refugiar en casa de los musulmanes ricos, y los pobres en casa de los musulmanes pobres, porque las alianzas eran de clase, no de pueblos. Cuando llegan los sionistas dicen: “Bueno, sí, ha habido un pogrom”. Y les decían que no, que no era un pogrom, que es un término europeo para la experiencia europea. Pero los sionistas no tienen esa capacidad de dejarse enseñar, no venían a buscar a los judíos de estos países árabes como traductores. Y el judío árabe se parece mucho más al palestino que al judío alemán o ruso.

Creemos que estas palabras dichas a propósito del enfrentamiento al interior y el exterior de un pueblo con grandes diferencias son importantes porque señalan un problema terrible que ha dejado un tendal de muertos en la franja de Gaza y en el interior de Israel, pero son importantes también porque nos hablan de una morada que compartimos, el de la lengua.







Fotografías de Jaafar Ashtiyeh │ AFP, tomada el 5 de abril de 2013 en Kfar Qaddum, cerca de Nablus en la franja ocupada del Oeste.
 
Algunos enlaces citados por Rabinovich en su libro:
Outrage in Gaza Redux,
Gaza, la prisión al aire libre más grande del mundo,
Fighting back against the CIA drone war,
La guerra de las fronteras de Netanyahu,
Ethical Dilemmas in Fighting Terrorism
Leibowicz en un documental en YouTube: "Desde la guerra de los Seis Días Israel ya no es una democracia" (hebreo, subtítulos en inglés).
Nurit Peled, "Soy una víctima de la violencia de Estado",
Hermann Bellinghausen: "Soy el viajero, y también el camino",
Poesía de Mahmud Darwish,
Film Punto de encuentro,
Mordechai Vanunu: "Shame on you Democracy",
Israeli soldiers talk about the occupied territories,
Sacrificio, Akedah ("The Originary Scene"),
"Herencia", poema de Jaim Guri,

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